18.10.06

La Modernidad es un juego de espejos III


         Dante y su poema,  1465
       Domenico di Michelino (1417 - 1491)

 Entrada a Auschwitz I, 1941
Cuando Dante se dirige a las puertas del Infierno, nota la siguiente inscripción: "Ustedes que están por entrar, abandonen toda esperanza". Seis siglos después, los prisioneros arrastrados a las puertas de Auschwitz leían Arbeit Macht Frei: El Trabajo te hace Libre. En ambos casos se trataba de llevar el sufrimiento, el horror y el exterminio del Otro a su significado más absoluto. El Infierno, como todo lo que nos sucede, sucedé acá, en la Tierra.
El giro más siniestro de la Modernidad es su autocanibalismo: la negación de sus supuestos y principios provienen de su interior. Los campos de concentración eran perfectamente racionales. Estaban organizados, distribuidos y dirigidos para fomentar un proceso productivo cuyo resultado final era la muerte. Las fábricas de muerte devienen en el nuevo paradigma de la civilización occidental, y sus repercusiones son bien conocidas por nosotros. Vivimos a la sombra de Auschwitz, y la razón por la que toda aquella locura monstruosa se nos hace insoportable es porque es completamente humana. No eran demonios salidos del Infierno del Dante los que dirigían y controlaban los campos, ni los prisioneros que delataban a sus propios compañeros para obtener beneficios y escalar en las jerarquías de lo subhumano. Auschwitz es la potenciación salvaje de esa misma humanidad en su versión más retorcida y demencial.
Primo Levi relataba en sus desgarradoras crónicas sobre el infame campo la siguiente anécdota: era invierno en Auschwitz y él, muerto de sed, vio un puñado de nieve acumulado en el vértice de una ventana. Desesperado, se acercó para beber el agua congelada, cuando un guardia lo advirtió y le ordenó volver a su lugar. Levi, rendido, le preguntó "¿pero por qué?" La respuesta de su guardián fue certera y escalofriante: "En Auschwitz no hay porqués". Aniquilada la esperanza, sólo nos queda habitar entre fantasmas.