Artistas del Cómic - Hergé

Por Rodrigo Fresán
Contrario a lo que se afirma, no es que uno esté regresando todo el tiempo a la infancia sino que es la infancia la que vuelve todo el tiempo sobre uno. La infancia como una de esas olas que parecen salir de la nada y que nos derriban y que —riendo y tragando agua— nos hace pensar en el remolino de lo que fue y, de pronto, de lo que es otra vez.
Todo esto para contar que, por motivos que no vienen al caso, una amiga (gracias, Florencia) acaba de regalarme (en realidad no es un regalo exactamente para mí, es un regalo para otro, un obsequio a futuro) la colección completa de Tintín. Digamos que más que el regalado vengo a ser algo así como el depositario del objeto, el administrador, el tutor que —como en esas novelas góticas— de inmediato procederá a aprovecharse del legado que no le pertenece. Y tengo que confesar que —superada la excitada felicidad de ver todos esos libros de formato inconfundible— surgió un cierto temor sagrado, ancestral. ¿Qué pasaría al abrirlos? ¿Sería fulminado por el placer de una epifánica onda expansiva surgiendo del estallido de esas páginas recuperadas? ¿O no me pasaría absolutamente nada? ¿Coincidirían mis recuerdos más o menos desdibujados con la realidad de estos dibujos de línea clara?
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